SUSPENDIDO
Eduardo
Serrano
La obra de María Lucía Díaz no hubiera
podido aflorar públicamente en una época distinta de la contemporánea en la
cual todo está permitido en materia artística, puesto que su técnica, sus
parámetros formales y sus contenidos acusan una marcada independencia de
tendencias y de estilos. Su trabajo es
claramente producto de una búsqueda de expresión particular en la cual han
colaborado, tanto su formación y experiencias en el área del teatro, como su
ánimo experimental; ánimo que se hace manifiesto en su imaginativo empleo de
materiales, en su atención a los albures del oficio, y en su aproximación a la plástica como a un medio de
expresión más que como a un ejercicio eminentemente formal.
Su obra puede entenderse como una metáfora
poética en la cual alude a los seres humanos a través de los árboles y señala
algunas de las circunstancias y características que comparten. Por ejemplo la
fragilidad, los riesgos que confrontan en su cotidianidad, y también su
poderoso atractivo cualquiera que sea la época del año, su envergadura o su edad. No hay que olvidar que
los árboles, como las personas, tienen raíces que determinan en buena parte su
comportamiento, ni que por más que se eleven siempre dependerán de la tierra
para su supervivencia. Las hojas cayendo en buena parte de sus representaciones
indican estaciones, ciclos, lapsos. No sin razón se ha hablado constantemente
del árbol de la vida y del árbol del conocimiento del bien y del mal.
Su lenguaje artístico, como en el caso de
la pintura, depende básicamente del color, pero a diferencia de pigmentos
utiliza pequeños recortes de telas cuya separación por gamas la artista llama “mi paleta”, aludiendo
precisamente a las posibilidades cromáticas que ponen a su disposición. Los
recortes doblados minuciosamente se unen o se acumulan por medio de agujas
enhebradas con hilos que van armando la
estructura de la obra y conformando un
follaje, fecundo, vistoso, de colores definidos y cuya copa y ramaje se
esparcen por lo regular simétricamente desde el tronco que aparece central. A veces la estructuración por hilos que se
desplazan verticalmente recuerda los ábacos o tableros contadores, pero con
frecuencia un solo hilo continuo es
suficiente para estructurar toda la obra, en tanto que algunas agujas permanecen
deliberadamente al final de los trabajos haciendo explícitos los medios y
técnica empleadas.
En algunos de sus trabajos los árboles, su fronda,
penden del techo conformando una especie de pequeños penetrables y haciendo
manifiesta cierta sensación colgante, de suspensión. De hecho esa sensación produce alguna inquietd
en el observador puesto que es indicio de eventualidades y de fuerzas opuestas.En el caso de las
esculturas que, por el contario, se elevan
desde bases conformando formas variadas,
sugestivas, los troncos fueron elaborados por la artista con alambre cubierto
con diferentes materiales de variada textura. Pero cada árbol, tanto los
colgantes como los que se elevan, cuenta con una personalidad cromática diferente,
cada uno transmite un estado de ánimo distinto, otra temperatura, una sensación
particular. Y si se recuerda que su trabajo puede interpretarse como una
metáfora continua acerca de los seres humanos, entonces se puede concluir que
su veredicto es optimista, que su obra trasluce una profunda fe en las
posibilidades de la vida, pero no sólo por su intenso colorido, sino por el
espíritu emprendedor, reflexivo y evocador que se vislumbra entre las hojas y
las ramas.
Eduardo
Serrano
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