jueves, 12 de septiembre de 2013

SUSPENDIDO

























 
SUSPENDIDO
Eduardo Serrano
La obra de María Lucía Díaz no hubiera podido aflorar públicamente en una época distinta de la contemporánea en la cual todo está permitido en materia artística, puesto que su técnica, sus parámetros formales y sus contenidos acusan una marcada independencia de tendencias y de estilos.  Su trabajo es claramente producto de una búsqueda de expresión particular en la cual han colaborado, tanto su formación y experiencias en el área del teatro, como su ánimo experimental; ánimo que se hace manifiesto en su imaginativo empleo de materiales, en su atención a los albures  del oficio, y en su  aproximación a la plástica como a un medio de expresión más que como a un ejercicio eminentemente formal.
Su obra puede entenderse como una metáfora poética en la cual alude a los seres humanos a través de los árboles y señala algunas de las circunstancias y características que comparten. Por ejemplo la fragilidad, los riesgos que confrontan en su cotidianidad, y también su poderoso atractivo cualquiera que sea la época del año, su  envergadura o su edad. No hay que olvidar que los árboles, como las personas, tienen raíces que determinan en buena parte su comportamiento, ni que por más que se eleven siempre dependerán de la tierra para su supervivencia. Las hojas cayendo en buena parte de sus representaciones indican estaciones, ciclos, lapsos. No sin razón se ha hablado constantemente del árbol de la vida y del árbol del conocimiento del bien y del mal.
Su lenguaje artístico, como en el caso de la pintura, depende básicamente del color, pero a diferencia de pigmentos utiliza pequeños recortes de telas cuya separación por gamas  la artista llama “mi paleta”, aludiendo precisamente a las posibilidades cromáticas que ponen a su disposición. Los recortes doblados minuciosamente se unen o se acumulan por medio de agujas enhebradas  con hilos que van armando la estructura de la obra y conformando  un follaje, fecundo, vistoso, de colores definidos y cuya copa y ramaje se esparcen por lo regular simétricamente desde el tronco que aparece central.  A veces la estructuración por hilos que se desplazan verticalmente recuerda los ábacos o tableros contadores, pero con frecuencia un solo hilo continuo  es suficiente para estructurar toda la obra, en tanto que algunas agujas permanecen deliberadamente al final de los trabajos haciendo explícitos los medios y técnica empleadas.                                                                                                                                                                                                                     
En algunos de sus trabajos los árboles, su fronda, penden del techo conformando una especie de pequeños penetrables y haciendo manifiesta cierta sensación colgante, de suspensión.  De hecho esa sensación produce alguna inquietd en el observador puesto que es indicio de eventualidades y  de fuerzas opuestas.En el caso de las esculturas que, por el contario, se elevan  desde  bases conformando formas variadas, sugestivas, los troncos fueron elaborados por la artista con alambre cubierto con diferentes materiales de variada textura. Pero cada árbol, tanto los colgantes como los que se elevan, cuenta con una personalidad cromática diferente, cada uno transmite un estado de ánimo distinto, otra temperatura, una sensación particular. Y si se recuerda que su trabajo puede interpretarse como una metáfora continua acerca de los seres humanos, entonces se puede concluir que su veredicto es optimista, que su obra trasluce una profunda fe en las posibilidades de la vida, pero no sólo por su intenso colorido, sino por el espíritu emprendedor, reflexivo y evocador que se vislumbra entre las hojas y las ramas. 
Eduardo Serrano

       






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